lunes, 26 de abril de 2010

Todos a una

No hay mayor discriminación en la Cuba actual que la política.
Ser blanco, amarillo, negro, cobrizo o híbrido de cualquier matiz no resulta tan estigmático como tener ideas contrarias al régimen imperante en esa arruinada nación.
Si hace décadas atrás se decía que en Cuba lo único que no se podía ser era pesao, hoy lo único que no permiten es ser políticamente diferente.
Ladrón, pero revolucionario. Está bien. El régimen obliga, de algún modo, a que todo el mundo robe, sin que ello constituya un conflicto moral. Justa compensación podría llamarse en antiguos códigos penales.
Jinetera, pero revolucionaria. Está bien. El régimen obliga a que, corporal o espiritualmente, todos se prostituyan. Y en fin, es un oficio antiguo, divertido y rentable, que hasta sindicato tiene en algunos países.
Cínico, pero revolucionario. Está bien. El régimen obliga, en algún sentido, a que todos mientan. El plato de lentejas es una vieja arma.
Holgazán, pero revolucionario. Está bien. El régimen impide toda gestión y responsabilidad individual. Y donde nada es de nadie, todo es del gobierno y donde todo es del gobierno nadie trabaja.
Si no quieren ser revolucionarios, sean lo que puedan, finjan, cállense, luchen, resuelvan, hasta que puedan largarse. Y cuando estén allá, no importa dónde sea ese allá ni el modo en que hayan llegado, mantengan la boca cerrada o no obtendrán permiso para visitar el paraíso que dejaron atrás. Todo bajo control.
Ah, pero eso sí, si a cualquiera de estos honrosísimos modelos sociales les falta el calificativo de revolucionario, el país con más cárceles y presos per cápita del mundo, está dispuesto a sanear la sociedad de toda lacra que impida la consecución de los altos ideales del socialismo, y entonces, aunque esas actitudes humanas hayan sido generadas por el propio sistema, no son atenuantes para que sus portadores terminen en un calabozo. Y más refinado aún. La causa de su encarcelamiento nunca será por ausencia del calificativo revolucionario, sino por ladrón, vago, prostituta simplemente. Lo que es útil también para cuando un disidente, opositor, activista de derechos humanos, periodista independiente, bloguero, cruza la indefinida línea de lo tolerado, se le pueda endilgar alguno de estos cargos. Que las organizaciones internacionales de derechos humanos molestan mucho cuando la causa es de conciencia, y no hay por qué darle pábulo a esos vendidos al imperio para que difamen de una revolución que tanto ha hecho por alcanzar un paradigma de hombre nuevo.
Así las cosas, las más de doscientas cárceles cubanas y los más de cuatrocientos mil presos, son un mecanismo de higiene social. No hay prisioneros políticos en Cuba. En la isla sólo hay delincuentes y revolucionarios.
Dentro de ese estrecho marco de categorías mantiene el régimen cubano su sistema de igualdades y posibilidades sociales. No hay distingos por razones étnicas , económicas, académicas, culturales, religiosas. El maniqueísmo social es tan absolutista como el político. O se es revolucionario o se es delincuente, y quizás, por conveniencia de ambas parte bajo un convenio tácito, se puede conseguir el estatus de la inexistencia.
Frente a ello desafiar al sistema por sectores es cuando menos poco efectivo. El desafío ha de ser heterogéneo por su integración y homogéneo para su fin. Ante lo monolítico lo fragmentario es un error. El monolito divide e impera.
Si las Damas de Blanco sólo abogan por la libertad de los presos de conciencia de la Primavera Negra, si los blogueros sólo batallan por el libre acceso a internet, si el Comité Ciudadanos por la Integración Racial sólo lucha por los derechos civiles de los afrodecendientes, si FLAMUR sólo pretende que en la isla circule una sola moneda, si la Corriente Agramontistas de Abogados Independientes sólo emplea su prosapia para proponer legislaciones luego de conseguido el estado de derecho, si el Movimiento Cristiano Liberación sólo sigue acumulando firmas para el Proyecto Varela, si la Iglesia Católica sólo pide más espacio en los medios de comunicación para su labor de evangelización, y cada cual va a lo suyo, jamás se logrará un frente común que presione al régimen parar que lo tome en cuenta. El régimen seguirá aplastando por sectores y los distintos sectores seguirán quejándose de diferentes discriminaciones cuando la discriminación es una sola, la de una nomenclatura obsoleta que niega a toda la sociedad la posibilidad de integrarse a un mundo nuevo donde puedan dirimirse civilizadamente todas las diferencias.

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