jueves, 22 de abril de 2010

Otro símbolo para la nostalgia

Viven muy felices,
no digo yo...
Los que repiten la lección como aprendices,
los que no buscan más allá de sus narices
viven muy felices

Lo peor no es morirse, sino, no morirse a tiempo. Los amados de los dioses mueren temprano, aseguraban los griegos. A fin de cuentas todos nos morimos como hemos vivido. Lo que dejamos, si es que acaso dejamos algo, material o espiritual, sólo es herencia para la nostalgia.
La vida es real, como una piedra, y se esculpe hasta la belleza o el desastre. El pasado es ceniza. Al pasado sólo se va cuando queremos revolver y utilizar sus restos para un presente que ya está siendo pasado y será también cenizas.
El ser humano que se fue es eso: lo ido, lo que vivió, la manera en que usó la vida, y para qué. Sustancia inerme para ser evocada y hasta utilizada, según quien apele a ella.
El que se fue no puede, aunque se lo haya propuesto en vida, regentear a aquellos que viven de otro modo, en otro tiempo y que también pretenden dejar la muesca de su paso por la vida, a lo sumo puede servir de instrumento para que otro se erija sobre él, ejercer una influencia rentable para quien la busque.
Silvio Rodríguez es ese pasado, sólo que aún tiene ansias, quién sabe si es que no era tan amado por los dioses como algunos creímos alguna vez, pero este tiempo es otro, son otras las intenciones/ y son otras la palabras/ en la frente y en la lengua/ de la juventud temprana.
En el momento en que fue convocado respondió a los heraldos que moriría como había vivido. Creyó que se le convocaba para darle un sitial. Erró. El tenía ya el sitial. Y era alto, y lo admirábamos. Por eso se le convocaba. No confió. Tenía miedo de perderlo, cuando bien valía la pena, se podía, quizás, alcanzar otro más alto, los seguidores se contaban entonces por centenares de miles.
Pero no dio el salto. Explicó que se le convocaba a tanta mierda. El tiempo pasó, implacable, aplastante. El tenía razón, no sabía lo que era el destino. Nadie lo sabe. Layo creyó saberlo. Se lo vaticinó el Oráculo de Delfos. Quiso torcerlo y murió asesinado por Edipo. Y eso sí lo sabía Silvio. Quizás por ello ande ahora ciego y errante por una Coloma arruinada. Convocarlo es tardío. Ya para sus seguidores también el tiempo pasó implacable, aplastante. No llegan a mil. Sumarlo sí. Tiene una obra valiosa, ya símbolo de una nostalgia sustituta de la más vieja aún.

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