lunes, 3 de mayo de 2010

Adelante, cardenal, que Dios está con nosotros.

Si alguna institución es sabia en trácalas de conspiraciones, convenios y transacciones, esa es la iglesia católica.
Desde la Edad Media, cuando formaba parte—decisiva, diría yo—del Estado, la iglesia ha sabido maniobrar sutil y rentablemente.
Muchas veces fue, sin dar el rostro, responsable del encumbramiento de un príncipe ilegítimo o de la llegada a la hoguera de un sabio. Pero siempre con engrasados métodos conspirativos.
Y ello me conduce a buscarle la tercera pata al avestruz de esta supuesta victoria que obtuvieron Las Damas de Blanco de Cuba, con la mediación del cardenal Jaime Ortega Alamino, y que el domingo se esparció por los medios de prensa.
Es cierto que la puja entre las mujeres de los gladiolos y el gobierno se vislumbraba como insoluble, como lo es hasta el momento la lidia entre Guillermo Fariñas y el régimen cubano, y que la salida de tal embrollo, en el caso de las Damas, ha llegado por la angosta, umbría y resbaladiza serventía de la iglesia.
Indudablemente las Damas de Blanco son mujeres de fe. Durante siete años han asistido a la parroquia de Santa Rita de Casia y con ello han involucrado, de manera indirecta, a la institución religiosa cuya jerarquía había, hasta ahora, mantenido una prudente distancia.
Sin embargo, y como un acto de prestidigitación limpiamente ejecutado por un ilusionista entrenado, la iglesia, de repente, intercede por las Damas de Blanco en un momento en que la radicalidad del contencioso había alcanzado su máximo grado, y logra que la parte, supuestamente más poderosa, ceda, y le conceda a la jerarquía católica cubana el laurel de la solución, en vez de haberlo hecho directamente con las líderes de la agrupación femenina.
Sospechoso, cuando menos se me torna. El mismo oficial que cada domingo de represión les explicaba que no podían marchar y luego daba la orden de ataque a las turbas, podía haberles anunciado a las manifestantes que tenían una tregua, al menos por el mes de mayo. Pero no. Había que usar una institución reconocida por el régimen. Primero para no reconocer a las Damas de Blanco y, por supuesto disminuirlas a la categoría de terceronas cuando en realidad son las protagonistas que no se quieren tener en cuenta. Pura técnica totalitarista del ninguneo cuando algo o alguien le molesta seriamente y no puede descalificar de otro modo. Segundo para otorgarle el favor a la iglesia de anotarse el tanto ya que el mundo se estaba preguntando por el papel de la institución. Favor, que por supuesto, se ha pagado de antemano porque la iglesia se prestó para tal rejuego.
Por tanto miraré con cautela el devenir. Falta resolver el asunto Fariñas y habría que ver si la iglesia intercede por la libertad de los presos políticos para conseguir que el huelguista deponga su postura. Si presuntamente consiguió que las Damas de Blanco marchen sin ser acosadas, debe conseguir ahora que liberen a los presos enfermos para salvar la vida de Fariñas. Adelante, cardenal, que Dios está con nosotros.

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